Violencia
Laboral
La
violencia laboral según la
Secretaria de Igualdad de Oportunidades de la Unión del Personal Civil de la
Nación es toda acción ejercida en el ámbito del trabajo que manifieste abuso de
poder por parte del empleador, del personal jerárquico, de quien tenga la
función de mando, de un tercero vinculado directa o indirectamente con él o de
quien tenga influencias de cualquier tipo sobre la superioridad.
Esta acción es ejercida sobre el/la trabajador/a,
atentando contra su dignidad, integridad física, sexual, psicológica o social,
mediante amenazas, intimidación, maltrato, persecución, menosprecio, insultos,
bromas sarcásticas reiteradas, discriminación negativa, desvalorización de la
tarea realizada, imposición, inequidad salarial, traslados compulsivos, acoso y
acoso sexual propiamente dicho.
¿Qué
es la violencia en el lugar de trabajo?
La violencia en el lugar de trabajo abarca desde el
lenguaje ofensivo o amenazador hasta el homicidio. NIOSH define la violencia en
el lugar de trabajo como los actos violentos (incluyendo las agresiones físicas
y las amenazas de agresión) dirigidos a las personas que trabajan o están de
turno.
Los
ejemplos de violencia incluyen:
Amenazas: Las expresiones del propósito de hacer
daño, incluyendo las amenazas verbales, el lenguaje corporal amenazador, y las
amenazas escritas.
Agresiones físicas: Los ataques que van desde
golpear hasta la violación, el homicidio, y el uso de armas de ataque como las
armas de fuego, las bombas o los cuchillos.
Atracos: Las amenazas de acometimiento grave,
generalmente hechas sorpresivamente y con el propósito de robar.
¿Quién
está en riesgo?
Aunque cualquier persona que trabaja en un hospital
podría llegar a ser una víctima de la violencia, los enfermeros y asesores que
tienen contacto más directo con los pacientes están en mayor riesgo. Otros
miembros del personal de hospital que están en un mayor riesgo de violencia
incluye son los encargados de la respuesta inmediata durante emergencias, los
oficiales de seguridad del hospital y todos los que proveen asistencia médica.
¿Dónde podría ocurrir la violencia?
La violencia podría ocurrir en cualquier lugar del
hospital, pero es más frecuente en los siguientes lugares:
Salas siquiátricas
Salas de
urgencia
Salas de
espera
Servicios de
geriatría
Los efectos de la violencia pueden
variar de intensidad e incluyen:
Heridas físicas de poca gravedad
Heridas
físicas graves
Invalidez
física temporal o permanente
Trauma
sicológico
Muerte
La violencia también podría tener consecuencias
negativas en la organización como moral baja de los trabajadores, un mayor
estrés, cambios constantes de empleados, pérdida de confianza hacia la
dirección y los colegas, y un ambiente de trabajo hostil.
¿Cuáles son los factores de riesgo que
promueven la violencia?
Los factores de riesgo que promueven la violencia
varían entre los hospitales y dependen de la ubicación, el tamaño, y el tipo de
asistencia médica. Los factores comunes de riesgo que promueven la violencia en
el hospital incluyen:
El trabajar directamente con las personas volubles,
especialmente si están bajo la influencia de drogas o alcohol o tienen una
historia de violencia o ciertos diagnósticos sicóticos.
El trabajar
con personal insuficiente, especialmente durante las horas de comer y de visita.
El traslado
de pacientes.
Esperas
largas horas por el servicio.
Salas de
esperas abarrotadas e incómodas.
El trabajar
solo.
Mal diseño
ambiental.
Seguridad
inadecuada.
Falta de capacitación del personal y de policías
para impedir y controlar las crisis con los pacientes potencialmente volubles.
Movimiento ilimitado del público.
Pasillos,
salas, estacionamientos, y otras áreas poco alumbrados.
Estrategias de prevención para los
empleadores
Para prevenir la violencia en los hospitales, los
empleadores deben desarrollar un programa de seguridad y salud que incluya un
compromiso por parte de la dirección; participación de los empleados;
identificar cuáles son los riesgos; capacitación en la salud y seguridad; y la
prevención, el control, y un sistema adecuado para reportar cualquier peligro.
Los empleadores deben evaluar periódicamente el programa. Aunque los factores
de riesgo son diferentes en cada hospital y situación de trabajo, los
empleadores pueden seguir varias estrategias generales de prevención.
Acciones que se deben tomar después del incidente:
1.
Proporcionar atención médica a la
víctima. Documentar completamente las circunstancias que rodean el incidente,
así como las lesiones (este último con fotografías, si es posible).
2.
Examinar a la víctima. Las secuelas psicológicas
de la violencia del paciente se abordan a través de consejería por parte de un
personal calificado, y se puede complementar con un grupo de apoyo.
3.
Presentar el informe del incidente.
Un comité multidisciplinario debe investigar el incidente, ya que los hallazgos
serán útiles para mejorar las medidas de prevención de la violencia.
4.
Asista al trabajador con
reclamaciones de lesiones. Si el trabajador decide pedir una compensación
monetaria, se le debe proporcionar los formularios apropiados y guiarlo en el
proceso.
Violencia y Enfermería
Según cifras del CIE, el personal de enfermería, tiene
tres veces más probabilidades de sufrir actos de violencia en el lugar de
trabajo. Contribuye a esta situación, que alrededor del 95% de los
profesionales de enfermería en el mundo sean mujeres. (CIE, 1993 citado en OIT,
CIE, OMS, ISP. 2002). Según esta misma organización muchas enfermeras han
aceptado la violencia como parte de su trabajo. (CIE 1999). Cifras del estudio
Violence at Work, (Di Martino y Chapell, 1998), señalan que un 97% de las
enfermeras que respondieron una encuesta en Reino Unido, habían sufrido algún
tipo de violencia física en el año anterior a la encuesta, así mismo un 95% de
ellas, manifestó haber sido intimidada en su lugar de trabajo, otra cifra
relevante es que un 75% de estas enfermeras comunicaron haber sido objeto de
algún tipo de violencia sexual. En nuestro país, desde algún tiempo algunos
investigadores se han preocupado de abordar la temática desde el punto de vista
de enfermería, estos han ido revelando que nuestra realidad no está muy
distante de lo que ocurre en otros países. Los integrantes del equipo de
enfermería reaccionan de formas diversas a la violencia, esto dependerá de las
características personales como: tipo de personalidad, entorno de trabajo,
expectativas profesionales, entre otros. La violencia laboral afecta a
enfermería desde la etapa estudiantil, el solo hecho de encontrarse en periodo
de aprendizaje, sumado a que en esa etapa pasa a ser el último eslabón en la cadena
jerárquica, muchas veces es víctima de amedrentamiento por parte de otros
funcionarios, supervisores y otros. (Letelier, P.; Valenzuela, S. 2002 citado
en Paravic, T., Valenzuela, S. & Burgos, M. 2003).
Violencia Hospitalaria en Pacientes.
El
paciente/usuario se presenta susceptible a todos los estímulos y relaciones que
surgen en el contexto hospitalario, en una atención que se reconoce como
despersonalizada y falta de privacidad, lo que puede convertirle en una
potencial víctima de actos violentos. Por la importancia que reviste otorgar
una atención en salud basada en el respeto y la dignidad hacia los usuarios, se
hace necesario estudiar el fenómeno de la violencia que desde la óptica de los
pacientes pudiera encontrarse en los centros de salud; con la finalidad de
contribuir al mejoramiento de la atención y cuidado que le es otorgado en los
centros hospitalarios.
Las formas de la violencia hacia
los pacientes.
No
hay que perder de vista tampoco que, en tanto la violencia es un producto cultural,
nos enfrentamos a comportamientos aprendidos de "modelos" que se
legitiman socialmente por la ausencia de reproche.
Existen
formas de abuso físico en el trato brusco, en las exploraciones y los
tratamientos cruentos administrados sin tomar medidas para evitar el dolor y,
respecto de los pacientes hospitalizados, con la privación prolongada o
continuada de alimentos o agua, la demora en la atención de las necesidades de
aseo o con la restricción física irrazonable.
Es
importante visibilizar, además, la violencia psicológica, cuya presencia en
cualquier área de la vida se ha subestimado durante largo tiempo y sólo ahora
recibe la debida atención, pero que es particularmente dañina ya que involucra
comportamientos lesivos de la dignidad de la persona, y cuando se trata de
pacientes, obviamente actuará como un factor que impedirá o demorará su
mejoría.
Entre
los actos de violencia psicológica se pueden mencionar los abusos emocionales,
que incluyen cualquier forma de aflicción espiritual grave que sea generada por
humillaciones, amenazas, hostigamientos u otras actitudes intimidantes, gritos,
retos e, inclusive, los tratamientos paternalistas, etc. También la "falta
de atención" o el trato frío, indiferente, impersonal y carente de
empatía, o cuando los pacientes no son informados adecuadamente acerca de su
dolencia y el tratamiento que van a recibir, o cuando no son escuchados o no
reciben una respuesta cuando manifiestan su disconformidad con el tratamiento
recibido.
Estas
formas de violencia irrumpen también en la atención de los enfermos y reconocen
su causa en determinados factores predisponentes, los que, unidos a los
procesos psicológicos facilitadores de la violencia a los que nos hemos
referido, favorecen su reproducción. Dichos procesos son los siguientes: la
naturalización (la violencia se considera natural, normal, como parte de la
vida), la invisibilización (sin conocimientos adecuados se dificulta su
detección), la insensibilización (las personas pierden sensibilidad frente a la
violencia, ya sea porque la sufren o porque son testigos de actos de violencia,
o bien son las que la ejercen) y el encubrimiento (no se habla ni se denuncian
estos comportamientos).
También
se ha señalado que en las guardias los pacientes pueden terminar siendo relegados
por la atención de enfermería, que prioriza los casos más urgentes, con lo cual
se acrecientan los sentimientos de aislamiento, humillación, soledad y
no-escucha.
Violencia y
el contexto de salud
Se entiende
por violencia cualquier comportamiento físico, psicológico/emocional y/o sexual
que, por medio de la acción u omisión, provoca daño a las personas (Puget y Berenstain, 1998). La violencia, así
entendida, se comprueba en hechos cotidianos a los cuales el individuo está
expuesto (víctima) o es el responsable (victimario). Hechos en que la violencia
puede estar dirigida hacia sí mismo, hacia las personas o hacia las cosas, y
que puede ser directa o implícita (Rapaport, 1992). En general, cualquiera sea
su dirección, tenemos la tendencia a identificarla de inmediato con ciertas
acciones concretas: golpes, balazos y, en su expresión más elocuente y
descarnada, la guerra. Es decir, se relaciona con hechos visibles y manifiestos
de la agresión física que provoca daños que pueden llegar a producir la muerte
(Hacker, 1973). Se reconoce también como
expresión de violencia aquellas situaciones en las que existe una percepción de
mala calidad de servicios o de mala atención, no satisfacción de necesidades de
un cliente, proveer de servicios que están muy lejos de las expectativas del
usuario, cuando se abusa o se recibe un trato injusto (Chapell y Di Martino, 1998).
La violencia
identificada como fenómeno multicausal (Chapell y Di Martino, 1998; Buinic et al., 1999; Programa de la Mujer, Salud y Desarrollo, 1999 y OMS, 2002), ha sido abordada por diversos
estudios desarrollados por la OIT (1988) como problemática en los
ambientes de trabajo, concluyendo que algunos ambientes laborales están más
expuestos que otros a diferentes tipos de comportamientos violentos.
Entre los
trabajadores con mayor riesgo de actos violentos, según los estudios, se
encuentran los que se desempeñan en el sector salud, especialmente en el área
intrahospitalaria (Mahoney, 1990; Nogareda, 1990; Beck y col., 1992; Aranetz, 1994 y Sánchez, 2002). Para el CIE (2002) esta problemática tiene
carácter universal, es decir, afecta a todos los trabajadores de atención
sanitaria en mayor o menor grado, principalmente al personal de ambulancias,
médicos y personal de enfermería que se desempeña en servicios hospitalarios.
Esta violencia de los funcionarios en el lugar de trabajo también puede generar
en ellos comportamientos violentos, extendiéndose hacia los usuarios de los
servicios de salud (Kignma, 1999), los que representan el
principal foco de atención en este contexto.
Las
personas deben cumplir normalmente con numerosas tareas y compromisos en las
distintas etapas de la vida, colegio, trabajo, familia, etc., que aseguren su
desarrollo y desenvolvimiento normal en la sociedad; sin embargo esto puede
verse alterado por la condición de enfermedad y más aún cuando es necesario el
ingreso a un hospital. Esta situación hace al individuo vulnerable a variados
estímulos, condiciones e interrelaciones que se desarrollan en este medio en el
que adopta o pasa ser incluido en el "status de paciente" (Martínez, 1997). En efecto, el paciente se
enfrenta a un medio con estímulos y situaciones diversas que no solamente
alteran la satisfacción de necesidades de orden elemental o biológico, como
pueden ser el dormir o el alimentarse, sino también aquéllas de orden superior,
especialmente las que comprometen su esfera psico-afectiva. En este punto Jiménez (2000) señala que en el
paciente hospitalizado no solamente ve afectado el aspecto económico, el
funcionamiento familiar y las responsabilidades previamente adquiridas, sino
también se altera su autoestima y se producen cambios emocionales intensos que
requieren de reajustes.
Estos
cambios, según Moro (1999), repercuten además en las
necesidades de seguridad y de pertenencia, las que se encuentran afectadas en
el individuo aquejado por alguna enfermedad. Esta alteración que sufre toda
persona enferma se acentúa especialmente cuando el individuo requiere la
internación en un establecimiento de salud, ya que la separación del ambiente
familiar, conocido y estable por otro ambiente extraño, con una serie de reglamentación
interna, relación con múltiples personas y a veces falto de privacidad,
potencia los sentimientos de inferioridad y reducción que pueden surgir en las
personas. Este autor señala que la persona enferma erradicada de su territorio
vital a otro generalmente desconocido pierde en alguna medida la imagen de sí,
aparecen sentimientos de culpa y vergüenza, que aumentan con el tratamiento
despersonalizado de los procesos diagnósticos, terapéuticos y asistenciales a
los que se ve sometido durante su hospitalización. Entonces las repercusiones
de la enfermedad se hacen mucho más evidentes cuando, por su gravedad o por las
condiciones socioeconómicas del paciente, imponen la necesidad de
hospitalización.
El hospital, junto con ofrecer atención sanitaria, se
constituye entonces en un sistema social complejo y delicado, en el cual la
presencia de multiplicidad de personas con distintos roles, tales como
profesionales, técnicos, pacientes, alumnos, familiares, entre otros, conforman
una red interactiva que puede inducir a desarrollar o modificar actitudes (Valenzuela, 1995) que pueden llevar a hechos agresivos o violentos. Entonces
la hospitalización puede tener una condición de vulnerabilidad aportada por la
enfermedad, que puede ser la causa de la pérdida del sentido del control físico
y/o psicológico y por el significado de someterse a un ambiente complejo y
muchas veces desconocido.
Es
conveniente reflexionar sobre algunos aspectos anteriormente citados, sobre la
vivencia de este ser humano, paciente ingresado en un hospital, aspectos que
pueden ser considerados inapropiados o en alguna medida violentadores durante
la atención que el equipo de salud brinda a los pacientes y que, asociado a la
masificación y complejidad creciente de la atención en salud, no sean
analizados con la frecuencia y profundidad que merecen. Según la experiencia de
las autoras de este artículo, existe ciertamente una dualidad en la
satisfacción de la necesidad de seguridad que experimenta el paciente
hospitalizado, ya que, por un lado, el hospital representa el control y/o
vigilancia del problema de salud que le aqueja en cuanto a cuidados y
evaluación, pero, por otro, se acentúan también los sentimientos de inseguridad
e inestabilidad emocional, relacionados con la separación familiar y el
someterse a normas y reglamentación internas que rigen a cada establecimiento
de salud. Un paciente recién ingresado desconoce esta reglamentación y si no es
dada a conocer, explicada oportuna y claramente, puede representar una amenaza
para el paciente y su familia, como por ejemplo el desalojo de las salas de la
visita de familiares cuando ya se ha cumplido el horario, impedir el ingreso de
la familia en áreas de acceso restringido, negar el uso de sus propias ropas
para ser remplazada por una bata de hospital, entre otras.
Otro
aspecto que pareciera ser inherente a la hospitalización es la falta de
intimidad, definida como toda aquella realidad oculta, relativa a un sujeto o
grupo determinado que merece reserva (Vacarezza, 2000); ésta se ve de alguna
manera vulnerada en el paciente hospitalizado. La falta de respeto a la
privacidad se manifiesta desde la invasión no sólo a espacio territorial,
reducido a una cama y un velador, sino también al ser examinado en la cama de
hospital por innumerables personas a las que generalmente desconoce y
respondiendo variadas preguntas relativas a su historia de vida personal,
muchas veces sin una explicación previa del porqué son necesarios estos
procedimientos y estas respuestas. Pareciera ser más importante el órgano
afectado que la persona enferma, olvidando el respeto a la desnudez y el pudor
del otro (Rodríguez, 1999). Esto se ha ido
presentando en la medida en que la enfermedad monopoliza la atención e
inconscientemente se olvida la naturaleza humana de la atención de salud (Iceta, 1996), tornándose ésta fría e
impersonal, lo que ha violentado la relación amistosa y de confianza, pasando
más bien a un vínculo despersonalizado (Goic, 2000).
Esta
despersonalización creciente, en la que la persona ha pasado a un lamentable
segundo plano -ya sea por el aumento de la demanda asistencial y/o
tecnificación de la atención de salud que otorgan los hospitales e
instituciones afines, donde la actitud humanizante que debe caracterizar la
relación entre prestadores y usuarios se ha ido deteriorando-, ha reducido la
visión integral del paciente como ser biopsicosocial, adjudicándose el
protagonismo a la enfermedad (Iceta, 1996). Esta visión, que actualmente
se presenta parcelada, se manifiesta en hechos tan cotidianos que casi son
parte de la "normalidad" en las relaciones que se establecen entre
los prestadores y los usuarios; en un apremio de tiempo, tal vez por
simplificar algún aspecto dentro de este ambiente tan complejo, se va perdiendo
algo tan esencial y propio de cada ser humano como es la identidad, al
reconocerle según la enfermedad que le aqueja (el de la hernia, el tec), el
órgano afectado (el de la vesícula, la del pulmón), el examen solicitado (la de
la radiografía, el del escáner), la intervención realizada (el del by-pass, el
del transplante) y por la sala de hospitalización (el del 20-9, la de la 33-C),
y no por su nombre.
En
este punto, Henderson (1988) señala que existen
otros signos o situaciones en que las relaciones con el equipo de salud dejan
de manifiesto el protagonismo de la enfermedad -y en las que se exponen
claramente a los pacientes/usuarios a un segundo plano y que los lleva a sentirse
por lo menos incómodos o molestos-, tales como el tutear a los adultos,
dirigirse hacia otra persona sin identificarse previamente, hacer comentarios
en presencia de otro paciente, realizar procedimientos sin el consentimiento,
trasladar a los pacientes de sala sin explicación alguna. A estas situaciones
podrían agregarse: tratar de hija/o o abuela/o a quienes no lo son nuestros, el
entrar a una sala sin saludar, retirarse sin despedirse, usar terminología
técnica que imposibilita la comprensión del paciente, tratar de exagerado el
dolor del otro.
Síndrome
del quemado o burnout
Este síndrome se desarrolla principalmente en
trabajadores cuyo objeto de trabajo son las personas. (Díaz- Muñoz, M. 2005).
Situación que claramente ocurre con los equipos de enfermería, sean estos
grandes o pequeños. Múltiples estudios e instituciones dicen que enfermeras y
personal que se desempeña en el área de la salud está mucho más predispuesto a
sufrir este síndrome. Este síndrome se compone básicamente de tres elementos: -
Agotamiento emocional, “ya no puedo más”: el trabajador siente que no puede dar
más en el ámbito emocional, esto puede generar malestares a nivel físico como:
cefaleas, aumento de presión arterial, dolores musculares entre otros.
La
inteligencia emocional un tema pendiente en Medicina.
En
Medicina se ha centrado la enseñanza y la formación en aprender diferentes
competencias, habilidades y aptitudes enfocadas a desarrollar la parte clínica
de la Medicina, se utiliza la medición del coeficiente intelectual (CI), como
único referente para evaluar la inteligencia de los alumnos, sin embargo
actualmente se ha demostrado que el coeficiente emocional (CE) es también un
parámetro útil y necesario, sobre todo en las áreas de la salud, ya que mide la
capacidad del individuo de sentir, entender y controlar los estados anímicos
propios y de las personas que le rodean.9,10
En
la formación aún se les indica a los alumnos que es mejor no relacionarse mucho
con los pacientes y que no “se involucren emocionalmente”, situación compleja
para ellos porque son seres humanos que sienten y se mueven por emociones. Los
médicos durante sus estudios y ya como profesionistas viven cotidianamente
situaciones de muerte y sufrimiento, podríamos decir que “esto es su materia
prima” y deben de afrontarlas de manera adecuada, ayudando al paciente y a la
familia, al mismo tiempo que se protegen del sufrimiento. Otra situación a la
que se enfrentan es el trabajo emocional, es decir el personal de salud y los
alumnos de Medicina deben expresar emociones impuestas por las normas
organizacionales (escuela,hospitales, unidades de atención primaria, etc.) pero
que no representan sus verdaderos sentimientos, ocasionando de esta forma la
llamada disonancia emocional y el síndrome de burnout, que una de sus características
es la despersonalización y el maltrato hacia los pacientes. Por ello, la
insistencia en la educación emocional para mitigar el posible desgaste de las
relaciones que los médicos establecen con los pacientes y sean capaces de
identificar las emociones y sentimientos que lo mueven, y tengan un correcto
manejo de ellas, de forma que si lo logran, podrán conducir las emociones de
los pacientes, y lo más importante podrá ayudarlo a manejarlas correctamente,
en lugar de evitarlas.
Asimismo,
la regulación de emociones juega un punto importante, cuando un médico tiene
que dar una mala noticia a un paciente requiere la habilidad de evitar dar
respuestas emocionales descontroladas. Los pacientes siempre están al tanto de
lo que dice el médico, incluso con su lenguaje no verbal. Por ello, ahora se
busca que desde la formación los alumnos puedan aprender la autorregulación de
las emociones negativas pero además de las positivas, planteamiento que implica
un paso más allá; consiste en percibir, sentir y vivenciar un estado afectivo
sin ser abrumado o llevado por él, y ser capaz de dominarlo. Si estamos
conscientes de que emoción y pensamiento se encuentran sólidamente unidos, la
enseñanza del manejo de las emociones les permitirá a los alumnos utilizar las
emociones al servicio del pensamiento, esto les ayudara a razonar de forma más
inteligente y tomar mejores decisiones.
En
consecuencia, la capacitación de los alumnos para integrar emocionalmente la
información en su forma de pensar puede contribuir ampliamente a su
funcionamiento socio-emocional.13 Recordemos que las personas emocionalmente
inteligentes saben atender las emociones originadas en su entorno, comprender
las posibles causas y consecuencias de ellas y, en consecuencia, desarrollar
estrategias para regular y manejar esos estados emocionales, lo que se traduce
en mayores niveles de bienestar subjetivo. La investigación también señala que
el personal de salud con altos niveles de inteligencia emocional manifiesta
mayor optimismo y son más sensibles a las emociones de los pacientes, obtienen
una mejor relación médico-paciente ya que mejora la calidad de las
interacciones, y mantienen mayor salud física y mental, se observa menor
cansancio emocional y síntomas psicosomáticos. También se señala que un médico
con unas adecuadas habilidades de comunicación clínica disminuye el número de
demandas recibidas, el grado de adherencia de los pacientes al tratamiento y su
nivel de satisfacción es mayor.
Asimismo,
la ciencia nos explica que la inteligencia emocional no es una moda, sino una
forma de entender las habilidades de los alumnos y una manera de relacionarse
con los otros (compañeros y/o pacientes). Los psicólogos y educadores están de
acuerdo en que las emociones son adaptativas sólo cuando la información que
proporcionan es atendida, interpretada, comprendida, utilizada y gestionada con
eficacia. De manera que durante una respuesta emocional, los sistemas
cognitivos, fisiológicos y de comportamiento son a distintos niveles, con el
fin de preparar al individuo para adaptarse al cambio. Por ello, las emociones
también tienen una función adaptativa.
Bibliografía
http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-95532003000100002
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